La historia de Villa Urquiza contada desde una vieja esquina

Fue almacén de ramos generales durante más de cien años. Antes, había sido casa de descanso de un gobernador entrerriano. Hoy es un museo, y en su interior se concentran recuerdos de la vida cotidiana de los descendientes de inmigrantes que poblaron Villa Urquiza.

Al entrar por la gran puerta de la ochava se emprende un viaje en el tiempo. El largo mostrador y las altas estanterías repletas de objetos brindan un escenario de otra época. Ya no está la barra a un costado en la que se despachaban bebidas, los Aceñolaza atendiendo ni tampoco el banco en el que se sentaban los parroquianos a la hora del vermut. Pero sí está Victoria Cané, una de las guías municipales, dispuesta a orientar a los visitantes y relatar historias a partir de cada pieza que integra la muestra del Museo Regional de Villa Urquiza “Casa Aceñolaza”.
La construcción en forma de L data de 1860, y está ubicada en una esquina frente a la plaza 1° de Mayo. Fue uno de las incipientes edificaciones del poblado, cuyo trazado inicial corresponde a 1853. Para la obra se usaron ladrillos de gran tamaño, cal proveniente de las canteras de Paraná, baldosas importadas de Francia y tirantes de quebracho colorado traídos desde el Chaco. Su dueño original era un inglés llamado John Wood, que falleció una década después. Su viuda, Elizabeth Prescila, le vendió la pertenencia al coronel José Francisco Antelo en 1877. Antelo sería poco después gobernador de la provincia, y la utilizaría como casa de campo. Al terminar su mandato, en 1884 negocia la propiedad en 6 mil pesos con José María Aceñolaza, quien instaló allí un almacén de ramos generales que perteneció a la familia y funcionó hasta el año 1986. La propiedad sigue siendo de los Aceñolaza: Florencio Gilberto, conocido como Querucho, decidió armar un museo que conserve la historia de ese espacio y la de todo el pueblo, ya que ninguno de los tres hermanos hijos de don Florencio tenía sus destinos vinculados al rubro. Por un convenio con el municipio, el gobierno se ocupa de las visitas guiadas y de mantener el lugar, donde también funciona la Biblioteca Municipal de Villa Urquiza.
TESTIMONIOS MATERIALES. El contenido del museo se fue armando con elementos que quedaron del almacén y donaciones que la gente del pueblo acercó, hasta hoy en día. Cosas viejas, en desuso, arrumbadas en las casas, o herencias familiares que en este particular rejunte consiguen mejor destino que el olvido. Así, la tradición del poblado y sus habitantes se puede reconstruir a través de esos testimonios materiales. Allí se reúnen estos objetos inmóviles en busca de un interpretador: primitivas cámaras de fotos, fonolas y discos de vinilo, instrumentos musicales, radios a galena, televisores en blanco y negro, ventiladores, herramientas, carteles, una colección de billetes y monedas, relojes, máquinas de escribir y de cálculos. Además, aquello que quedó del bazar: libros en los que se llevaba el control de las actividades cerealeras del puerto, lámparas, sombreros, una guitarra colgada, damajuanas y botellas, balanzas, vajilla, una arcaica caja registradora, y hasta una antigua bicicleta Phillips traída de Inglaterra en la década del 20 del siglo pasado, que cuelga de un rincón. Hay también una sección de geología, con restos fósiles y piedras, debajo de unas vidrieras especiales, restos de cerámicas indígenas, y cerca de un ventanal está extendida la piel de una anaconda de 5 metros, cazada en las islas cercanas hace más de diez años por Lito Franco, un puestero de la zona. La anaconda es de clima tropical o subtropical, y se presupone que llegó río abajo en algún islote o camalote de inundación. Del techo se despliegan las banderas que hacen referencia a la inmigración que predominó en la villa: vascos, suizos, alemanes, austríacos, españoles, franceses e italianos. “Más que nada prevalecían los suizos alemanes”, indica Victoria.
En una habitación contigua a la estancia principal está la “Sala de los inmigrantes”, que expone baúles y arcones traídos de la vieja Europa. Llama la atención un casco alemán original de la primera guerra mundial, donación de algún expatriado que participó de la contienda bélica, o de sus descendientes. Asimismo, hay un rincón dedicado al padre José Boxler, de quien se dice que casaba a los protestantes alejados del altar mayor, en la sacristía; y también un sector consagrado a doña Élida Portillo, enfermera que fue partera del pueblo (y que aún vive, con noventa y pico de años). “Trajo muchas vidas al mundo, una persona muy servicial y predispuesta a cualquier hora. Era enfermera pero sabía como una doctora”, aclara Victoria mostrando sus estetoscopios, mascarillas y demás instrumentos laborales.
EL PANADERO PARTICULAR. Una de las paredes de la vieja pulpería está cubierta de fotografías, imágenes antiguas de la esquina y del bar en la que aparecen los lugareños con sus trajes y bigotes mostachos, como por ejemplo en un mitín radical de la UCR de 1912, junto a Miguel Laurencena. Una gran cantidad de esos retratos de época fueron obra de Aminthe Geoffroy (1867-1940), inmigrante francés que llegó con sus padres panaderos a instalarse en la villa durante la década de 1870. Al principio, Aminthe se dedicó al comercio familiar, pero lo suyo no era la panadería: tenía una particularidad especial para la pintura y el retratismo, y se consagró a la fotografía desde 1890. Se hizo muy popular en ese entonces, cuando llegaban personas de los alrededores para ser retratados por él, hasta que en 1911 se radicó en Paraná donde instaló uno de los principales estudios fotográficos de la ciudad. Además, ejerció la representación consular de su país de origen en la década del 20, y la de vicecónsul de Bélgica. Tuvo ocho hijos, con una peculiaridad: a las mujeres las utilizó como modelos para sus cuadros y fotografías. Parte de estas fotos y dibujos que representan la vida cotidiana de Villa Urquiza, vistas del puerto y sus personajes, pueden contemplarse hoy en el museo, así como también una antiquísima cámara tipo cajón, de principios del siglo XX, que este hombre utilizaba para su arte.
“La gente dice, en general, que ningún trabajo es lindo, pero a mí me gusta este. Intercambio con visitas de otros pueblos, y hasta veo como algunos resucitan su infancia al descubrir los objetos y las emociones que afloran en el reencuentro. Hay nietos que les preguntan a sus abuelos: y esto para qué era, y ahí el abuelo revive su historia”, dice Victoria, que se presenta y ofrece para las explicaciones que se necesiten, pero siempre deja que los interesados recorran libremente el lugar. En Villa Urquiza, al entrar por el camino de asfalto antes de emprender la bajada hacia el muelle y la playa, vale la pena detenerse en el tiempo, en una esquina de la plaza, y entrar al viejo almacén como un parroquiano de los de antes.
Recuerdos en primera persona
Nélida Tauber cruza la calle hacia el museo. Vive en Paraná, pero pasea junto a su marido Bautista Aceñolaza aprovechando el verano. Nélida llegó a la villa por primera vez en 1967 para ejercer de maestra, y entonces conoció a Bautista que trabajaba en el almacén. “Vendían de todo, desde ropa interior, telas, elementos para el campo como grasa para carros, y provisiones”, recuerda. Su esposo ingresó a Aguas y Energía y un día se fueron del pago, pero Nélida fue de las últimas en atender el comercio luego de la muerte de Florencio Aceñolaza. “Lo que pasó es que los parroquianos ya no venían al despacho de bebidas, los chicos ya tenían otras costumbre. Incluso muchos fueron falleciendo antes que mi suegro. Era toda muy buena gente. Con mi esposo seguimos un tiempito más mientras pudimos. Yo abría medio día, también daba clases, tenía mis tareas de madre y vivíamos con mi suegra que ya tenía sus problemitas de salud. Mantuvimos abierto hasta que los hijos, que eran tres hermanos muy unidos, resolvieran que hacer. El mayor, Florencio Gilberto, decidió cerrar después de la muerte de su madre porque todos tenían su profesión y ubicación en la ciudad. Se dividieron la propiedad de común acuerdo, armoniosamente, y Gilberto se quedó con esta esquina”, resume sobre los últimos años del almacén, en la década del ochenta. Sus remembranzas refieren a una época en la que los vecinos llevaban los productos y se anotaba en una libreta la venta al peso de fideos, azúcar y yerba en bolsitas de cartón. “Y eso habrá sido hasta mediados de los setenta, después empezó a venir todo envasado, por practicidad e higiene”, comenta. “Precisamente en ésa tiempo habían hecho los cañitos de la vereda para atar el sulky, porque todo esto era de tierra, y cuando llovía se venía a caballo, hasta que asfaltaron en 1985. Al comenzar el auge de los supermercados en Paraná, la gente empezó a viajar en el colectivo a buscar algunas mercaderías, pero igual seguían viniendo, porque estaba el despacho de bebidas donde se tomaban un vinito, una ginebra. Había clientes estables, y todo era muy tranquilo porque los parroquianos eran del pueblo, conocidos; y mi suegro era una persona que, por su edad y su trabajo como secretario de un juzgado de paz, tenía cierta autoridad. Además, era muy generoso, de ayudar a todos, siempre dispuesto”, relata Nélida, delante del mostrador en el que atendía al público 30 años atrás.
Florencio Aceñolaza, o Querucho, es un reconocido geólogo, docente e investigador que regresa a orillas del Paraná desde Tucumán todos los veranos. De chiquito participó del ambiente del almacén, y sobre estas vivencias ha escrito algunos libros: “Relato de un pago viejo” (Fundación Colonia Las Conchas, 2003), sobre Villa Urquiza en general; “Detrás del mostrador” (Edición Magna, 2005), en el que cuenta anécdotas de esa esquina; y “Bolaceando” (Fundación Colonia Las Conchas, 1998), donde expone verdades con un toque de exageración.
BREVES
Paraná: preparan el V Festival Internacional de Fotografía
En la capital entrerriana, de octubre a diciembre de 2015 se llevará adelante el V Festival Internacional de Fotografía, que organiza el artista visual Eduardo Segura, Director y Master Coach de Una Foto Escuela de Paraná. El tema para la convocatoria es “Sobre mitos y leyendas urbanas y campestres”. Los interesados en participar tienen tiempo hasta el 10/02/2015 (extranjeros) y hasta el 10/04/2015 (argentinos).
La convocatoria es abierta a fotógrafos entrerrianos, fotoclubes, talleres de fotografía y cine. Se deberá enviar un archivo pdf o jpeg que contenga la siguiente información:
Datos personales (nombre, dirección, teléfono, e-mail); Breve CV; Fundamentación de la obra; Título del trabajo; Descripción de cantidad, tamaño, soporte y modo de montaje.
El Festival selecciona obra según los siguientes conceptos: Fotógrafos seleccionados a partir de una convocatoria abierta; Fotógrafos invitados por la organización del Festival; Fotógrafos elegidos por los curadores invitados; fotógrafos o grupos adherentes; Proyectos audiovisuales, fílmicos y proyecciones de video arte, animación y ficción.
Para expositores argentinos la convocatoria está abierta hasta el 10 de abril.
El material debe enviarse por email anunciando previamente el envío a eduardosegurafoto@gmail.com
Raúl Barboza inicia el ciclo 2015 de Alternativa Musical Argentina
En el inicio del ciclo 2015, Alternativa Musical Argentina presenta al maestro Raúl Barboza, en concierto. Será el próximo sábado 7 de mayo a las 21 en el Teatro Municipal 3 de Febrero.
Con la regularidad de un año exacto desde su última visita, la visita del respetado acordeonista a Paraná es una buena costumbre musical vuelve a repetirse.
El músico llegará acompañado por su formación de trío -Nardo González en guitarra y Roy Valenzuela en contrabajo-, con quién propondrá un encuentro con el público, interpretando su repertorio chamamecero y clásicos de la música popular argentina que seguramente excederán los límites del género litoraleño.
Precisamente por esa capacidad de desafío y búsqueda constante, Raúl Barboza en estos días acaba de recibir en París, por tercera vez en su trayectoria, Le Gran Prix du Disque de l’Académie Charles Cros en la categoría Musiques Du Monde, por el disco “Chamamémusette” donde la música criolla convive con la música de tradición francesa. En el 2014 Barboza fue el cierre artístico del Salon du livre Paris, donde Argentina fue el país invitado de honor.
El consagrado acordeonista arrancó su año brindando su tercera temporada consecutiva en el ya reconocido Café Vinilo de Palermo Viejo, además de numerosas presentaciones en el interior del país, entre las que se destacan: el Festival de Chamamé de Corrientes, Festival del Taninero en Puerto Tirol, Chaco, entre muchas otras.
Su última actuación en el territorio nacional antes de retornar a Francia será en la ciudad de San José de Feliciano el próximo domingo 15 de marzo.
Entradas en venta en boletería del Teatro desde $ 150.