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Moyano se mostró triunfalista junto a sus aliados

Como casi todos los días, Hugo Moyano salió de su casa de Barracas con las primeras luces del día. Ordenó ir directamente a la CGT. Evitó escuchar la radio y rechazó la sugerencia de su chofer de echar un ligero vistazo en la estación de trenes de Constitución o recorrer la avenida 9 de Julio. Eran las 7.40 de ayer y por las ventanillas del Volkswagen blindado corría una ciudad desértica, con persianas bajas, casi inmóvil en un despertar inusual.

Moyano sintió desde antes que el impacto del paro nacional iba a ser contundente. Lo comprobó después de anudar un trato con los gremios del transporte. Sobre todo, con el ferroviario Omar Maturano y el colectivero Roberto Fernández, quienes aún hoy están enrolados en la central obrera que comulga con la Casa Rosada. Tras el apretón de manos con ellos, se lanzó decidido a avanzar en su alianza circunstancial con Luis Barrionuevo , el jefe de la CTA opositora, Pablo Micheli, y agrupaciones de izquierda.

Esta vez, y a diferencia de la huelga de 2012, Moyano tomó distancia de los piquetes que activó en todo el país la izquierda, un aliado que tendría fecha de vencimiento. Al borde de la euforia, el jefe de la CGT consideró que » el acatamiento fue de un 90 por ciento y que quedó de manifiesto la bronca y el desencanto que hay en la gente por el maltrato permanente que da el Gobierno».

La cúpula del sindicalismo opositor siguió la huelga desde Azopardo 802, que, desde muy temprano, se convirtió en una suerte de centro de cómputos. Moyano apiló los informes que cada dirigente le dejaba en su despacho del 5to piso. Esperó hasta después del mediodía para animarse a arrojar una cifra. «Entre un 80 o un 90 por ciento de acatamiento», dijo de manera preliminar. Le faltaba todavía computar los datos del interior. Sólo después de almorzar asado y empanadas, y de un brindis con vino Luigi Bosca, ratificó el 90 por ciento.
Omar Plaini dijo que hasta en las plantas industriales donde mandan gremios de la CGT oficial no se trabajó. Mencionó a la automotriz Ford y a la metalúrgica Siderar, donde reinan los afiliados de la Uocra y de la UOM, cuyos líderes, Gerardo Martínez y Antonio Caló, son los principales interlocutores gremiales del Gobierno. Y hubo otro dato que no pasó por alto: la sede de la Federación de Comercio, también de la central oficialista, debió cerrar sus puertas porque habían asistido menos de diez empleados.

«El Ministerio de Trabajo, que debería ser arbitral, sacó una solicitada con los gremios que no adherían al paro. Pero hubo muchos de los que aparecen que sus bases se plegaron. En la solicitada hasta puso a Amadeo [Genta, de los municipales porteños], que está acá a mi lado», señaló Micheli, rodeado de la cúpula de la CGT, durante la conferencia de prensa en el salón Felipe Vallese.

Moyano era escoltado por Micheli y Barrionuevo. Ni bien subieron al escenario, la militancia camionera animó el acto mediante cantitos que surgían de cambiarle la letra y mantener el ritmo de canciones de moda. Los cánticos apuntaban a la Presidenta y al jefe de la CGT oficialista: «…Traigan a Cristina y a Caló para que vean / que Moyano no cambia de idea / que lleva las banderas de Evita y Perón…», agitaban.

Esta vez Moyano compartió el protagonismo. Saludó y señaló a su lado, en abierto reconocimiento a Micheli y Barrionuevo, sus aliados sindicales. «Lo que reclamamos es superior a nuestras diferencias», dijo, conciliador.

UNA ALIANZA FRÁGIL

Pero a pesar de este mensaje, la alianza aún es frágil e incierta. Maturano y Fernández, por ejemplo, rechazan compartir un escenario con Micheli. Y pasó lo mismo con el ferroviario Rubén Sobrero, que criticó a Barrionuevo por su trayectoria política junto a Menem y ahora con Sergio Massa. El rompecabezas luce disperso y continuar con el plan de lucha previsto no está del todo garantizado.

«No se descarta nada», dijo ayer Moyano, que espera ahora una señal desde el Gobierno.

Barrionuevo, en cambio, presionó para seguir al pie de la letra el plan de lucha aprobado en el plenario de dirigentes del mes pasado. Es decir, activar de inmediato un nuevo paro nacional, pero de 36 horas y con movilización a la Plaza de Mayo. El jefe gastronómico hasta tiró una fecha tentativa: 27 de abril, en homenaje al primera huelga que la CGT lanzó en contra del gobierno militar, en 1979. Pero es muy difícil. Además de ser domingo, no está garantizado el apoyo de todos los gremios, como sí lo estuvo ayer.

En lo único que hay plena coincidencia es en lo relativo a las consignas de la lucha: «Contra el ajuste y la inflación». Después, reinan los personalismos, hierven las internas y hay temor a traiciones. Pero el pragmatismo o la falta de respuesta oficial, según afirmaron los sindicalistas, los podría volver a unir.

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